27.11.16

Táboa Redonda: Actuar

Mi egocentrismo es tan retorcido que se las ingenia para relacionarme con Brando.




Actuar


"La primera escena de “Piel de serpiente” dura unos cinco minutos y transcurre en lo que parece el juzgado de un pueblo. Sacan a Brando de una celda y lo interrogan. Solo se le ve a él, que va respondiendo a las preguntas del juez con frases cortas, como cansado, subiendo y bajando las cejas, frunciendo la boca, inclinando la cabeza, mirando para los lados, al techo, dudando, medio cínico, medio resignado. Y es increíble.

La película es de Sidney Lumet, con Ana Magnani y el apabullante Marlon Brando. Y, como me pasó hace unos años con “La noche del cazador” -de Charles Laughton y protagonizada por un joven y cautivador Robert Mitchum-, me pareció que, aun siendo cine, allí se hablaba otro lenguaje. No se me ocurre otra forma más clara de explicarlo que diciendo que ambas son más teatrales. En esta, a veces la imagen se oscurece ligeramente y solo se iluminan los ojos de quien habla. Y yo diría que el peso de la interpretación es absoluto, que los actores lo son todo. Tanto Magnani como, en especial, él, tienen escenas con primeros planos, monólogos donde no están más que ellos y esa luz favorecedora. Ellos actuando: puro arte dramático.

Lo de Brando es asombroso; su presencia es tan abrumadora que eclipsa todo lo demás. Me preguntaba, al verlo, si realmente daría esa sensación fuera de la pantalla. Esa sensación de excepcionalidad. Puede que no fuese el más guapo (Paul, Robert, Monty…), pero, ¿ha habido alguien tan extraordinario, literalmente, tan fuera de lo común? Se cuenta que a la Paramount no le convencía que hiciese de don Vito en “El padrino”, pero que, tras verlo en la habitación del hotel meterse un par de servilletas en los carrillos y mostrarles durante unos segundos su idea del personaje, ya no hubo ninguna duda. Debe de estar bien, ser grande en algo.

Aunque, bueno, en realidad supongo que desde cualquier pódium se ve mucha suciedad que al público se le escapa. Salvando la sideral distancia, las veces que he recibido algún elogio claro por algo que he hecho, siempre, sin excepción, me ha parecido que es que no lo sabían todo. Nunca creo que los míos sean los logros meritorios e indudables que yo admiro en los demás; siempre hay una explicación que les rebaja la épica y la poesía, siempre veo unos andamios, unas miserias que deslucen todo un poco, o bastante.

Por eso ningún resultado me transforma nunca en lo que desde fuera me parecen otros. Haga lo que haga y por más que me empeñe, sigo siendo yo."

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20.11.16

Táboa Redonda: Leonard o detenerse



Leonard o detenerse


"Tengo un amigo que adora a Cohen. Y si ustedes conociesen a mi amigo sabrían que decir eso es mucho decir. Porque mi amigo es alguien muy especial, que ha decidido no hacer demasiadas cosas a la ligera. Y elegir qué le gusta no es una de ellas, sin duda.

Ahora Cohen estará unos días (que cuando salga esta columna ya habrán pasado) en boca de todos. Muchos habremos visto el vídeo de su discurso de aceptación del Príncipe de Asturias, que da una idea de cómo se tomaba -también él- las cosas, su música, su vida, supongo. Y ese pico de atención hará que alguien lo descubra, que es bueno, pero tendrá el indeseado efecto de banalizarlo, al hacerlo una estación más de esta tonta vorágine informativa que nos lleva de consternación en consternación desde Bowie hasta él, pasando por Pedro Sánchez, Dylan y Trump. Y es una pena. Es lo contrario de lo que hace mi amigo, que se para y profundiza. Y creo que es lo contrario de lo que quiso hacer Cohen con su carrera y le valió para llegar a donde no te llevan las ventas.

Que uno de los problemas de internet es el exceso de información, y la consiguiente dificultad para discernir cuál vale y cuál no, es ya un lugar común. Pero otro mal intrínseco al medio, a su inmediatez y a su incesante actualización, es que impide que nada repose, que nada dure, que nada se libre de ser rápidamente reemplazado.

Escribir en línea, por ejemplo, proporciona una respuesta instantánea que es siempre tentadora. Por eso tiene poco que ver, en cuanto a dedicación y persistencia, con escribir con un objetivo a meses o años vista, o sin él. Y no sé si eso nos condena a la superficialidad, pero estoy seguro de que se nota. Que la fugacidad quita peso a lo que escribimos y, por tanto, a lo que leemos.

Necesitamos a los demás. Al menos yo. Y escribir, cantar, pintar, fotografiar o hablar son actos de comunicación de los que esperamos una respuesta. Quien diga que escribe para él mismo y luego no guarde su obra en un cajón, miente. Queremos llegar a los demás, porque queremos que los demás lleguen hasta nosotros. Que nos quieran, y eso. Pero ahora parece habérsenos ido de las manos y es como si, de los elementos de la comunicación, lo de menos fuese el mensaje. Total, para lo que va a durar. Ahora que creemos disfrutar de la libertad de expresión y contamos con herramientas de comunicación asombrosas, ahora que podemos llegar a quien queramos y nos hablamos sin interrupción, apenas decimos nada. En un salto global a peor nos hemos quedado con el canal, con el acto hueco de transmitir y recibir, sin parar, el vacío en sus diversas formas."
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13.11.16

Táboa Redonda: 100



100


"Espero que no suene muy endogámico si digo en esta columna que he ido a una exposición de la que hablaba el otro día Manuel Gago en la suya. Porque así es. La exposición era “Galicia Cen”, un recorrido por la cultura gallega y nuestra idiosincrasia a través de cien objetos que van desde el paleolítico hasta los años 90, y tan variopintos como una máquina de coser Refrey, un póster del referéndum del Estatuto, el Códice Calixtino o un arcón congelador. Fue interesante.
Con esa excusa fuimos a A Coruña (me pondrán el artículo, pero que conste que en Ferrol decimos Coruña a secas; con lo que, además de abreviar, sorteamos con elegancia el conflicto lingüístico) a comer y, previamente, a tomar algo por la ciudad vieja. Han restaurado muchísimos edificios, que tienen toda la pinta de ser muy económicos. A sus pies, llenaba los bares su clientela –supongo- más preciada, treinta y cuarentañeros y gente en el primer tramo de la cincuentena. O aquí nadie tiene hijos ya, o el verdadero empujón a nuestra hostelería no estacional se lo está dando la consolidación del divorcio, que fin de semana sí, fin de semana no, puebla las calles de parejas y pandillas de adultos con sueldo más/menos pensión.

Fundación contra fundación, tras Galicia nos esperaba Sorolla. Algunos cuadros los habíamos visto este verano en su casa-museo de Madrid. Entre ellos, dos cielos de tormenta sobre el Guadarrama que justificarían una carrera entera. Pero, a pesar de ellos y a pesar de que la exposición era pequeña y corta, la sensación de siempre, de que hay demasiado que ver, que en realidad ninguna exposición es abarcable. ¿Se pueden disfrutar más de tres o cuatro cuadros seguidos con calma?

A la salida iba dándole vueltas a los 100 objetos. Aunque en ningún momento pretende ser un catálogo de logros, es inevitable hacer, inconscientemente, una lectura evaluadora. Al menos yo la hice. La visita me dejó una impresión de modestia –por lo que uno imagina que sería esa muestra referida a otros pueblos, y porque, como cabía esperar, la pobreza y los reveses estaban muy presentes- y, sobre todo, una sensación de oportunidades perdidas, de posibilidades no aprovechadas, de intentos cortos, de riqueza y valor desperdiciados, de un afán infructuoso porque raras veces encontró un camino. Sin buscar culpables (y menos aun cayendo en el habitual error de buscarlos solo fuera), a mí me iba dando pena, me íbamos dando pena. La pena del que, no se sabe muy bien por qué, nunca llega a demostrar de qué es capaz."

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6.11.16

Táboa Redonda: o rezo

Me dice mi padre (soy de una generación que ya no lo sabe) que a este Rosario de la noche se le llamó toda la vida o rezo.
 
O rezo, con sus limitaciones y sus cargas, y con su utilidad, algo así como el consuelo de una comunidad, supongo.
 
Lo demás, una mirada al fondo de los sentimientos, con cuidado de no caer en el abismo.
 
 

 

Se rezará el Rosario


"Creo que era la primera vez que asistía al rezo completo del Rosario. Como es costumbre, poco antes de las diez de la noche empezó a llegar gente de todas las aldeas de alrededor, y el pequeño tanatorio se fue llenando de ropa oscura, de caras serias y manos encallecidas, que decía Cabanillas, Ramón, y las ventanas se fueron empañando.

Comienza la oración. Se repiten padrenuestros y avemarías en un murmullo monótono e ininteligible. Se recitan mecánicamente las letanías a un ritmo que se va acelerando hasta llegar a resultar mareante. Es imposible no pensar en los estudiantes que en las madrasas se mecen adelante y atrás repitiendo versículos del Corán. Me acuerdo de una escena en un templo de no sé qué película de Indiana Jones; sólo falta que alguien comience a bailar espasmódicamente en el centro o traigan a rastras a una mujer gritando y debatiéndose por soltarse. Pero las miradas no pasan de huidizas; alguna hosca, quizá: demasiado individualistas para el fanatismo. El rezo se acaba y los vecinos se van marchando. Al rato, el hermano del difunto pregunta quién está, quién se ha ido y quién se ha quedado: lleva la cuenta, la ha llevado todo el día y la llevará toda la noche.

Ya en casa. Algo bueno habrá hecho un hombre para que sus nietos lloren así por él. Pensé, al verlos, que ojalá a mí me pasase lo mismo dentro de muchos años. Ese cariño en su familia hizo que hubiera algo bueno aquel día.

La viuda había llorado a un hijo. Ya había llorado todo lo que se puede llorar. Y cada muerte no hacía más que recordarle la otra.

No sé, ni quiero saber, cómo será la realidad, pero el otro día me di cuenta de que, en las películas, cada vez que alguien se enfrenta a la muerte de un hijo, cuando lo abraza, cuando comienza la locura del dolor, lo evoca de pequeño. Da igual la edad: mi niño, mi pequeña… Imagino que sí, que nuestros hijos no dejan de ser nunca, para nosotros, aquellos que tuvimos en brazos. Lo contrario, en mi caso, también es verdad: mis padres, mis abuelos, siguen en parte siendo los de mi infancia, los de mi niñez, cuando lo eran todo.

Les contaba cuentos. A los nietos, les contaba cuentos por las noches."
 
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