Táboa Redonda: de pesca en Michigan
Tengo ganas de escribir. De intentar escribir ficción. Cuando acabe la puñetera tesis (si es que eso sucede alguna vez), lo haré.
Un río en Michigan
Hace no mucho leí un volumen con los cuentos de Hemingway. Yo, en realidad, aparte de El viejo y el mar no había leído nada de él; pero creo que no importa, porque ahora dicen que sus novelas no son gran cosa, que lo que vale la pena son sus relatos. Y lo cierto es que no solo me gustaron mucho sino que me impresionaron.Mientras los leía pensaba qué los hacía especiales, por qué me estaban calando tanto, incluso cuando el tema no iba conmigo (por cierto, ha sido chocante leer por primera vez relatos sobre toreros, en los que se contaba qué piensa, qué siente, qué mira un torero antes y durante la corrida; y que hayan sido obra de un norteamericano y me hayan encantado). Y creo saberlo.
En todo taller de escritura que se precie, además de citar a Ángel Zapata aunque solo sea para contradecirlo, se dice que la verosimilitud es imprescindible en un relato. La verosimilitud no tiene nada que ver con el realismo, y es lo que hace que “Blade runner” resulte creíble y “Terra de Miranda” no. Y en un texto se puede echar a perder con una frase.
Hay veces en que uno lee un cuento técnicamente impecable sin dejar de saber que es un cuento. Si es malo ya nada, pero incluso hay buenos relatos que no nos permiten olvidarlo. En estos de Hemingway, en cambio, todo era verdad; para el lector, claro, que es quien importa. Todas las historias eran ciertas y alguien las contaba, todas las escenas eran reales y, simplemente, se describían: unos días en soledad a la orilla de un río, pescando de pie sobre un tronco en el que se engancha el sedal y haciendo café por la mañana, mientras de fondo sucede algo esencial y terrible de lo que no se habla.
Es la literatura llegando al final, alcanzando su mayor logro: enseñarnos otra vida, una vida, y en última instancia la nuestra, aunque sea en Marte (a propósito, si no han leído “Crónicas marcianas”, de Bradbury, no sé a qué esperan). La literatura, cuando se merece ese nombre, te pone la vida delante en unas páginas, hable de lo que hable. Y eso tiene un valor excepcional, que supongo que es la justificación última del arte, y que lo sitúa muy por encima de un asunto estético.
Pescar en un río norteamericano, cruzar la estepa a caballo, escuchar música en un club de la Habana o trabajar en una oficina en A Baixa; y en todas esas situaciones reconocer algo mío, y a veces entenderlo. Por eso la literatura es tan importante para mí. Porque, de todo lo que yo puedo hacer, leer es lo que más se parece a vivir más.
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