2.9.19

Estar de más


Estar de más


 

"LLEGA AGOSTO, y con él completo mi cuarto año de columnas en el Táboa. Han estado bien.

Es curioso lo que ha ido surgiendo a lo largo de este tiempo, en mi relación con lo que escribo y con quienes me leen. Algunas experiencias son lugares comunes, como lo de que tus textos dejan de ser tuyos en cuanto los publicas –y, aun así, hay quien lo sigue sentenciando, como revelándote la Verdad-, y otras son graciosas, como cuando alguien me dice, tras leer algún artículo, que se siente súper identificado conmigo por tal o cual cosa, y yo no sé de qué coño me habla porque jamás me ha pasado ni he pensado nada parecido.

Y una de las cuestiones que siempre surgen es si te leen. Y precisamente discutí hace poco con un amigo acerca de enseñar o no estas columnas. Yo le decía que una cosa es ponerlas a disposición de quien las quiera, y otra muy diferente enviarlas a propósito. Que eso, aunque cada domingo lo hago con cuatro o cinco personas, lo mido mucho y, ante la primera sospecha de estar siendo pesado, lo dejo. Él, cariñoso, insistía en que insistiese. Yo insistía en que para qué.

Siempre he odiado la sensación de estar de más; y además enseguida la tengo, sobre todo en mis relaciones sociales. Y lo de enseñar lo que uno hace es, para eso, un terreno muy resbaladizo: es facilísimo sobrevalorar el interés ajeno, que es siempre mucho menor que el nuestro. Como cuando enseñamos las fotos de los niños.

Por suerte o por desgracia, hago esto por placer. La fama y el dinero podrían ser un premio añadido, o tal vez no; pero, en cualquier caso, y aunque tengo claro que todo lo que se escribe y no se mete en un cajón se escribe para que lo lean, puedo permitirme el lujo de no tener que vender el producto. Algo que agradezco mucho, sobre todo en los últimos tiempos, tras comprobar en cabezas ajenas hasta qué punto el criterio editorial relega a un segundo plano la calidad literaria, tanto para negar oportunidades como para –y resulta casi más sangrante- publicar a quien no se lo merece, que pasa a estar así, también, de más.

Pero hay otra cosa, aparte del miedo a sobrar. Como en intentar caerle bien a alguien: al principio puede tener sentido, pero enseguida resulta patético. Hay una pequeña e íntima sensación de amor propio que cuenta. Uno ha hecho algo con esfuerzo e ilusión, y le tiene cariño y le importa, y lo quiere proteger. Y lo enseña, porque le gusta, hasta que en la cara del otro descubre un disimulado bostezo o una mirada errática buscando un asidero, y comprende la inevitable realidad.

Entonces uno prefiere parar, y debe hacerlo. Como cuando enseña las fotos de los niños."

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Williiam Klein


William Klein


 

"AÑOS 50. Todas son fotos de gente.

Las de Roma y las de Moscú parecen de la aldea, o de un sitio un poco más grande pero aún rural, como Betanzos hace sesenta años o Ferrol hace ochenta. Las chicas italianas posan sonrientes cogidas del brazo como mi madre con sus amigas, de solteras, en blanco y negro, y una familia comiendo sobre la hierba podría estar en la romería de San Cosme, a la que iban mis abuelos. Los paseantes moscovitas tienen pinta de estar empezando a vestirse de ciudad. En cambio, París es sin duda Europa y los parisinos, aun los humildes, europeos. Los jóvenes cantando la Internacional en el 68 parecen todos modelos, y unos viejos comiendo tarta en un jardín tienen siglos de historia de Francia detrás. De las fotografías de Tokio solo me interesa una serie mostrando personas pasando delante de una valla de obra, andando con prisa pensando en sus cosas.

En la exposición, de la Fundación Telefónica, hay una señora de al menos 85 años que lleva una sillita plegable para sentarse delante de las fotos a mirarlas con calma. La hija le indica: “Mira, aquí están las de Nueva York”. Y yo demuestro algo, no sé bien qué, al asombrarme así siempre que veo interés intelectual en la gente mayor. A lo mejor, de dónde vengo, o dónde estoy.

Y las que más me gustan, las que me encantan, son esas de Nueva York. Luminosos de Broadway, niños jugando en la calle, policías católicos y mujeres negras con sombrero; señoras de gafas en el súper, ya con carritos, ¡en los 50!, o saliendo, arregladas, de comprar en Macy’s; dos viejos con sombrero charlando en un café que anuncia hamburguesas a 40 centavos, y la grada de un estadio con los espectadores de un partido de béisbol, de corbata, comiendo perritos, sonriendo y sudando. Me encanta. Querría vivir allí. Y una vez más me pregunto por qué, y creo entenderlo, al ver a toda esa gente igual de antigua, inmigrantes o hijos de inmigrantes, originarios de los mismos pueblos italianos, irlandeses y polacos pero que, porque sí, se reinventaron. Dejaron su pasado y su historia y se pusieron de acuerdo para ser otros, con vidas nuevas en un mundo nuevo. Supongo que el mantra de tierra de las oportunidades, en realidad, ha sido siempre algo subjetivo, algo, por encima de todas las demás posibles verdades, mental. Pero se lo creyeron, se creyeron que empezaban de cero y funcionó. Probablemente aún se lo crean.

Y eso, incluso aunque salga mal, aunque presente fisuras como barrancos, para mí tiene el atractivo de la energía, del atrevimiento, de la seguridad en uno mismo. Y me fascina.

Algo dirá de mí, como la señora mayor."

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Optimismo


Optimismo

 
"GRACIAS AL horario de verano, estos días puedo salir por la tarde por Madrid. Cojo el autobús y me voy al centro a pasear, a ver gente o a una de esas actividades de dudosa naturaleza que solemos etiquetar con el término de culturales. Esta semana he ido a la Casa Árabe, pegada al Retiro, a una conferencia del ex ministro Moratinos, que ocupa ahora el puesto de Alto Representante de Naciones Unidas para aquella Alianza de las Civilizaciones que, mal que bien, sobrevive.
Sin ser brillante, la charla estuvo bien. Explicó que, por primera vez, no somos una sola humanidad únicamente en teoría, sino también en la práctica: una sola humanidad formada por varias culturas que ya no tienen la posibilidad de no tocarse. Y trató de señalar el camino por el que afrontar los retos que eso plantea. Mencionó a su amigo Amin Maalouf, a André Malraux, a Steven Pinker para criticarlo, y a Camus –cuya familia materna resulta que era menorquina- para reivindicar el mestizaje mediterráneo; definió la realidad internacional como global, compleja e incierta, y citó al profesor Nuccio Ordine para referirse a la innegable utilidad que tendrán los saberes hoy relegados por el mercado –historia, arte, religión o filosofía- a la hora de posibilitar esa convivencia entre civilizaciones.
Después de ver la espectacular exposición de fotografía sobre los marroquíes, salí a dar una vuelta y a continuar mi estudio de campo sobre la relación entre nivel de renta y atractivo físico. Y recorrí varias calles de Chamberí donde los bares, los restaurantes, las clínicas de estética y los gimnasios son maravillosos y explican en gran parte mis conclusiones. También pasé por la terraza del Café Gijón y por varias de Serrano, donde había turistas con dinero y mesas donde se hablaba de trabajo. Algunos hacían networking y otros, más que de nodos de una red, tenían pinta de ser quienes de vez en cuando la sacuden y recogen el pescado.
Pero quién sabe. Ya insistió Moratinos en la absoluta necesidad de no simplificar: ni al explicar qué sucede en el mundo, ni al identificar a los principales actores, ni por supuesto al proponer soluciones. En fin, lo que ya se sabe pero no se hace, porque pedimos recetas sencillas y compiten para dárnoslas.
Me gustó una de sus frases finales: “El pesimismo es el esnobismo del siglo XXI”. Estoy de acuerdo: qué fácil es presumir de estar de vuelta de todo y tachar a los optimistas de ilusos, atribuir cualquier actitud constructiva a la ingenuidad, disfrazar nuestro egoísmo de realismo y creerse más listo que los que, pese a todo, deciden tratar de aportar algo."

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Irán


Irán


 

"DE IRÁN. De eso me dijo ayer un amigo que podría escribir un artículo: de Irán. Que para eso fue Persia, y aqueménida, y es chií y anda jugando con EEUU a cuento del programa nuclear.

Pero yo de Irán no sé nada. Como de tantas cosas. Se pasa uno la vida tratando de aprender, de llegar a saber de algo, y, sin embargo, con la edad, la sensación de ignorancia es cada vez mayor. A lo que se suma la certeza de que el tiempo que queda ya no es suficiente para remediarlo. Para remediar eso y algo peor: la impresión de que los días, y las semanas, y los meses y los años se nos escurren entre los dedos sin que nos demos cuenta ni seamos capaces de controlarlos, de decidir nada, ni qué nos pasa, ni qué hacemos ni a dónde vamos ni por qué. Supongo que es a lo que se refería Lennon cuando dijo que la vida es lo que nos sucede mientras nosotros hacemos planes. Pero ya no es únicamente que no se cumplan nuestros planes; es más que eso, es la incapacidad para conducir nuestro coche ni siquiera el tramo que alumbran las luces cortas, para mandar en un solo día.

Acaba el curso, mi primer curso en Madrid. Cuando llegué, hace diez meses, escribí: “Pero he decidido que valga la pena. Sacarle provecho a este tiempo, no dejar que la inercia marque mi día a día. Llegar cada semana a casa contento y con algo interesante que contar de mi extraña nueva vida”. Creo que el objetivo se ha cumplido a medias, porque la parte social ha estado bastante bien –he tratado más a algunos amigos y he hecho otros nuevos, he conocido a personas interesantes y he visto a muchísima gente distinta y variada, porque pasear por Madrid es como abrir una ventana y dejar que entre el aire-, y sin duda eso me ha permitido tener cosas que contar en casa; pero me ha faltado la más íntima, me ha fallado sobre todo el tiempo que estoy solo. Me he visto sin la disposición ni la fuerza de voluntad para dedicarlo a los proyectos que tenía, que básicamente consistían en escribir algo y en leer más. Llegaba siempre a las últimas horas de la tarde, en mi habitación, con pocas ganas de actividad intelectual. Si no fuese por el tren, no habría hecho nada. Y no me culpo, pero me gustaría remediarlo el año que viene. Para sentir que vale la pena, como pretendía. Que mi tiempo aquí no pasa sin más, gobernado por una inercia que me deje indiferente.

Llegará septiembre y, con él, más días. Que no es poco. Y lo que yo, ajeno a lo que la fortuna y los hados me tienen deparado, decida hacer y haga, importará. Como mínimo, influirá en que esos días vayan un poco mejor. Irán."

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