Humani nihil
Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 28.01.18 |
Humani nihil
“Homo
sum, humani nihil a me alienum puto”, dice Terencio en “El enemigo de sí mismo”: soy humano, y nada de lo humano me es ajeno. Muy
bonito. Se cita mucho.
Cada vez aborrezco más cualquier tipo de
radicalismo. Sé que, así dicho, es una afirmación hueca, demasiado genérica;
que tendría que explicarla más porque, para empezar, cada uno considera radical
una cosa diferente: criticar la Constitución o considerarla intocable, querer suprimir
la asignatura de Religión o ser de comunión diaria, votar a Ciudadanos o a
Podemos, ser independentista catalán o llevar polos con la bandera de España,
el colecho o el método Estivill, el veganismo o las butifarradas. Pero es que
en realidad casi me da igual el tema: es cierta actitud lo que no soporto. No
se trata solo de lo que uno cree, sino de cómo lo cree. Mi problema no suele
ser la postura que se defiende, sino el modo de defenderla.
Tolerancia cero es un concepto social y
políticamente válido y necesario: hay mensajes que deben ser claros, sin
ambigüedades, no dejar lugar a dudas. Algo parecido pasa con las ideologías,
que a la fuerza tienen que resumir y esquematizar. Pero no deberíamos confundir
la sociedad con las personas, un gobierno con un individuo o la política con la
personalidad. Y sin embargo se hace. Las actitudes intransigentes abundan y se reclaman.
Supongo que estamos tan perdidos y
desnortados que necesitamos algo intenso que nos llene, que nos aturda lo
bastante como para poner un velo sobre nuestras verdaderas preocupaciones. De
ahí la proliferación de causas, de las que yo, como Julius, el protagonista de
“Ciudad abierta” (Teju Cole, Acantilado), tiendo a desconfiar. Causas de moda
que se abrazan durante seis meses, ¡pero qué seis meses! No hay simpatizantes, solo
juramentados. Y una cantidad de información imposible de asimilar, unida a la
proliferación de opiniones gratuitas, no hacen más que empeorarlo. Nos rodean
las certezas absolutas, los juicios superficiales, las condenas entusiastas. No
se vacila, no se admite el matiz, apenas caben la comprensión y la compasión.
Y volvemos a Terencio. Somos humanos: complicados
y contradictorios, indecisos, inseguros y temerosos, habitualmente bien
intencionados pero limitados, y no sabemos el para qué de casi nada. Demasiado
complejos para hacer las cosas por una sola razón, y demasiado torpes para estar
a la altura de nuestras aspiraciones. Que la fortuna nos libre de quien todo lo
ve claro, de quien no duda."
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