Charlie Hebdo: esto no es exactamente una historia de defensores de la libertad haciendo frente a la opresión del poderoso
Con el título ya les cuento el final, para que sepan a qué atenerse.
Hace años, cuando las primeras caricaturas, las danesas, ya escribí diciendo que yo no veía la situación tal y como se explicaba en nuestros medios. Ahora, algunas de aquellas opiniones las tendría que matizar, y otras probablemente las he cambiado (todavía cambio de opinión, por suerte), pero en general sigo pensando lo mismo.
Cuando hay muertes, siempre hay que hacer al menos una separación: la cuestión de los muertos por una parte, y el resto del problema, por otra. Aunque todo venga unido. Y en lo de Francia sucede lo mismo: por un lado tenemos unos asesinatos, terribles como todos, y por otro, el debate sobre la libertad de expresión, la tolerancia, el respeto, la religión, Oriente, Occidente, el Islam, el laicismo, etc.
Sobre el asesinato a los periodistas (lo de terrorismo o no terrorismo mejor lo aparcamos a un lado, porque tampoco importa demasiado; pero parece que vamos camino de definir terrorismo como aquel asesinato cometido por un islamista), poco hay que decir, que no se dé por sentado entre personas civilizadas. Lo único que se me ocurre es llamar la atención sobre el hecho de que es principalmente un problema de seguridad cuya solución, a corto plazo, es básicamente policial. Aunque por supuesto la causa sea mucho más profunda.
Sobre lo otro (dentro de lo cual estaría, sumergida, esa causa), en cambio, sí que veo mucho que opinar. A ver si yendo por partes me aclaro:
La libertad de expresión no da derecho a decir lo que uno quiera: la libertad de expresión tiene límites, aquí, allí y en todas partes. Algunos de esos límites son tácitos y vienen dados por una idea comunmente aceptada de respeto a los demás, pero en general, y por si hay dudas, suelen venir explícitamente recogidos e impuestos por la ley, que a su vez, como es lógico, lo que hace es adaptarse a lo que la sociedad considera aceptable, y como tal lo refleja. Así, las injurias (que no son otra cosa que insultos) están penadas en cualquier caso, y mucho más seriamente si son contra la Corona; como también es delito la calumnia. Es decir, que tener libertad de expresión no significa que uno pueda decir lo que le dé la gana.
(Todo esto, naturalmente, sin entrar en las mil y una razones que en la práctica cercenan cada día esa libertad; solo las económicas darían para mucho. Y sin querer valorar, tampoco, leyes que ahora mismo están a punto de darle un buen recorte. Tanto por una cosa como por la otra, es mejor no decir nada sobre el que nuestros representantes políticos hayan encabezado esta protesta masiva en defensa de nuestras libertades...)
Así pues, el debate no puede ser si podemos o no decir lo que queramos (pues está claro que no), sino qué cosas justifican la imposición de ese límite y cuáles no. Estaríamos por tanto, en realidad, cuestionando si las razones de unos son válidas para nosotros.
Pero antes de seguir con eso, otra aclaración: en España la blasfemia dejó de ser delito en 1988, y aun ahora el Código Penal recoge la figura del escarnio:
1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.Así que tampoco es cierto eso de que aquí no consentimos que la religión nos tape la boca. Y si no que se lo pregunten a Javier Krahe. Ah, y en el Reino Unido la blasfemia es delito.
De todo esto, y con independencia de en qué situación nos encontremos ahora mismo, lo que me parece más interesante es la idea de que es y ha sido siempre cada sociedad la que ha establecido los límites de este derecho (como de los demás). Cuando directamente no ha habido libertad de expresión, ha sido el poder el que los ha impuesto, generalmente para protegerse a sí mismo; pero incluso cuando la hay, la sociedad condiciona su ejercicio, en un equilibrio alcanzado entre todos, entre los más permisivos y los más intransigentes, entre aquellos sectores de la sociedad más progres y los más carcas. Naturalmente, dicho equilibrio no es inamovible y ha ido evolucionando (involucionando, a veces); y en él han influido todas las fuerzas, las que aceleraban y las que frenaban. Y rara vez ese avance ha sido a saltos, sino que ha sido lento, y no han faltado los episodios de tensión entre un extremo y otro.
Pero, en cualquier caso, es una libertad adaptada a la sociedad que la otorga.
La gran novedad es que ahora esa sociedad es el mundo entero.
Otra novedad, por si no lo sabían, es que en el mundo hay unas diferencias difícilmente imaginables. Ahora, esa parte de la sociedad por la que hay que esperar; si quieren, si lo quieren simplificar mucho, esos sectores menos formados, más temerosos a los cambios, más cuadriculados, menos abiertos, menos razonables, etc., que siempre ha habido, ya no son las señoras de misa de ocho o los hombres del bar del pueblo; ahora llevan pañuelo y no pueden afeitarse, o se rapan y usan corbatitas negras, viven en la calle de atrás o a seis mil kilómetros, y cuando se enfadan salen a las calles a disparar al aire, o queman libros y fotografías, o matan.
Si yo, ahora, una mañana de domingo como la de hoy, acudo a la aldea de mis abuelos y, a la salida de misa, me pongo a mear sobre las lápidas del cementerio, o hago unas pintadas obscenas o, sin llegar a eso, me dedico a gritar que me cago en todos aquellos muertos, es más que probable que, si hay suficientes hombres, como mínimo me lleve una paliza. O a lo mejor yo, que soy muy culto y tengo mucho mundo, no soy tan maleducado para hacer nada de eso, pero en cambio decido entrar en misa, o en un velatorio, y arrojar luz sobre su ignorancia a base de explicarles hasta qué punto todo aquello no son más que tonterías. Y tal vez, mientras escapo, me sentiré indignado por su cerrilidad. Pero yo seré un gilipollas.
Porque si uno forma parte de una sociedad, tiene responsabilidades (proporcionales a sus posibilidades) hacia los demás; que no consisten precisamente en reírse en su cara de lo brutos que son.
Se me escapa totalmente qué aportan esas caricaturas. Se me escapa totalmente cómo el nuevo número de Charlie Hebdo (con varios millones de ejemplares vendidos) justifica las muertes que ha habido en varios países estos días (muertes que no han provocado manifestación alguna, vaya). Se me escapa totalmente la parte positiva de todo esto. Aunque crea que enfadarse por ellas sea cosa de chalados, y aunque crea, por supuesto, que nadie tiene derecho a vengarse así por nada.
¿Qué defendemos, entonces? ¿Nuestros derechos y libertades? Muy bien. ¿Y las defendemos así? ¿Y de quién, exactamente?
No somos adalides de la justicia haciendo frente al opresor. En algunos aspectos lo parecemos, y sin duda hay una parte de defensa que debemos mantener. Pero no somos los que se enfrentan al poderoso; ni siquiera aunque haya habido muertos. Somos ciudadanos de las sociedades más avanzadas y ricas y afortunadas del mundo tratando de que los demás razonen como nosotros.
Ya les gustaría. ¡Joder, ya les gustaría!
Solo un completo ignorante de cómo es el resto del mundo puede pensar que nuestro discurso puede, no ya convencer a alguien de fuera de nuestra burbuja, sino ser entendido siquiera.
Solo un completo ignorante o un perfecto cínico puede rasgarse las vestiduras por las reacciones de estos días en los países musulmanes, mientras el resto del año permanece ciego a sus miserias y a las consecuencias de su atraso.
(De nuevo, mejor no hablar de políticos que ahora se manifiestan mientras el resto del año estrechan manos.)
Si de verdad queremos que esto no suceda, si de verdad queremos evitar cosas así, no hay más remedio que preocuparse por ellos, hay que ponerse en su lugar y ayudarles.
Hay cientos de millones de personas que día a día viven sin libertades (ni de expresión ni de nada), que viven en la pobreza, que son completamente manipulables (mucho más que nosotros, que ya es decir). Algunos son islámicos, otros incluso islamistas, y mucho otros no. A lo mejor son hutus o tutsis; o les ponen un uniforme y les dan una pistola y se hacen llamar tonton macoute; o cuando son niños matan a sus padres y los alistan en una guerrilla cualquiera; o son niñas y los soldados las violan cada vez que van a por leña o agua; o viven en ciudades donde te matan por unas zapatillas, etc., etc. Y de todos ellos, algunos, curiosamente, quieren emigrar. Algunos viven en barrios nuestros, pero no son de los nuestros y, curiosamente también, son fácilmente convencibles de casi cualquier cosa.
Dicen que no dejaremos que nos hagan retroceder cinco siglos. No, naturalmente que no. Sería terrible. Pero la mejor (y, a largo plazo, única) solución es hacerlos avanzar a ellos,es buscar una sociedad mejor.
Es difícil, muy difícil, hablar de culpas. Es más difícil todavía hablar de soluciones. Pero cuando uno se enfrenta a un problema tan complejo y tiene los medios para saberlo, pocas cosas hay más idiotas que actuar como si todo fuera muy sencillo.