19.8.14

Como una novela

El país menos poblado del mundo es una colonia británica en la Polinesia, las Islas Pitcairn, con menos de 50 habitantes.

Todos ellos son descendientes de los amotinados de la Bounty y sus parejas tahitianas. Y hablan un dialecto mezcla del inglés del siglo XVIII y el tahitiano de entonces.



18.8.14

Espías y ríos

Hacía unos veinte años que no me bañaba en un río, y ayer y anteayer lo he hecho. No las dos veces en el mismo, por supuesto.

He acabado El intocable, de Banville. Me ha decepcionado: me parece una buena historia no demasiado bien contada; y me parece bien escrito, con un tono muy interesante en general, pero que abusa muchísimo de los "como si...". Todo era como si, todos se comportaban como si, se vestían como si y se sentaban como si; todos los cielos, los sonidos, las sonrisas, las luces eran como si alguna otra cosa. Cada párrafo. Era un poco cansino. Además yo creo que cuando uno tiene que explicar tantas cosas es que no las está sabiendo decir.


7.8.14

Fin del verano

Nos acabamos de acostar. Hoy hemos visto no una sino dos películas. 


Mañana se van. 

Han sido unas vacaciones maravillosas. Incluso un tonto como yo, al que todo parece escapársele entre los dedos, lo ha sabido en todo momento. 

Ahora les toca seguir las suyas con su madre. 

Hablar del dolor de la separación y, más aun, tratar de cuantificarlo, me parece no solo inútil sino impúdico. Esto ya lo sabía, y sabía que toda mi vida lo sentiría.

Se me ha hecho tan corto... Hemos hecho muchas cosas (más que nunca, seguramente), pero quería hacer más. Y sobre todo quería tener tiempo, tiempo para estar con ellos, para vivir con ellos y que fuera normal, tiempo seguido, tiempo suficiente para que todo pareciese permanente. 

Pero esto es lo que hay. Y por suerte (mucha, muchísima suerte) ellos están bien, son niños felices que siempre están con quien los quiere. Llegaron con una sonrisa y se van con otra. 

Ahora para mí el verano ha terminado. Voy por fin a retomar los estudios y, por tanto, a encerrarme bastante. Pero sobre todo estaré deseando que acabe agosto y ellos vuelvan a mi día a día. 

Por suerte, también (mucha suerte), no espero solo. 




4.8.14

Vicedo: epílogo

En el monte de enfrente, el que está al otro lado de la ría y he fotografiado cientos de veces, solo hay dos casas. Y todas las noches, antes de dormir, después de apagar mi lámpara, me levanto y miro desde la ventana sus dos luces; las únicas que se ven desde nuestra casa.

Yo sé que esas dos casas serán normales y estarán habitadas por familias corrientes, que se llevarán regular, que a lo mejor no miran mucho el mar, que hablarán unas veces más y otras menos, que escucharán Europa FM cuando van en coche y que a menudo cenarán en el sofá viendo, por ejemplo, Tele5.

Pero eso da igual: para mí son otra cosa. Esas dos luces solitarias entre los árboles, para mí, son evocadoras como pocas cosas; son misteriosas, remotas y de otra época. Y lo son realmente, independientemente de lo que pase bajo ellas. Son algo aparte de todo, allí enfrente, de noche.

Y creo que eso resume en gran medida lo que Vicedo significa para mí: algo aparte de todo.

Por supuesto, es un sitio precioso que he ido llenando de recuerdos; pero sobre todo, tiñendo cada momento nuestro, sobrevuela siempre la sensación de estar viviendo algo aparte de todo lo demás.

Y es curioso, porque los días allí me saben a poco e incluso he llegado a fantasear, como les he comentado, con la idea de vivir un tiempo, pero lo cierto es que esa sensación es de las pocas que alguien del pueblo nunca podrá compartir conmigo, y que también yo perdería si me acercase más (tanto como para llegar a ver todas sus caras): ya no podría seguir siendo un lugar medio real, medio imaginario, con atractivos innegables pero que tiene además todo lo que yo quiero poner en él.

Como las luces.


Niebla en Cañoles


3.8.14

Vicedo: nos marchamos

Anteayer llevamos a los niños por primera vez a una de las playas, para mí, más bonitas de toda esta costa. Y eso, también para mí, es mucho decir.

Se trata de Esteiro, en O Barqueiro. No es tan tranquila como la nuestra ni su agua tiene ese color tropical, pero el paisaje es precioso, verde y negro de pizarra. Y desde ella (asómbrense, forasteros) no se ve una sola edificación.

Nuestra playa


Esteiro

Se han acabado nuestros quince días en el paraíso. Se nos han hecho, a los cinco, muy cortos; y supongo que no podría haber un mejor balance. Yo, cuanto más vengo, más enamorado me siento de este sitio. De hecho, mi última teima es poder venir a vivir a Vicedo todo un año, algún día. Sería un año de retiro, claro. Quién sabe.

Pero irse, que es lo que hoy ha tocado, es triste; y esa sombra ha ido creciendo estos últimos días. Aunque, bueno, esa tristeza tiene también que ver con que mis vacaciones con los niños en breve llegarán a su fin. Con la habitual y neurótica sensación de oportunidad no aprovechada del todo incluida; aunque yo sepa que no es así, por tantas cosas.

En cualquier caso, la actitud, como me dije a mí mismo el año pasado, debe ser otra: la de que nosotros, que hemos sido capaces de ver la felicidad y cogerla, seguimos aquí, más dispuestos si cabe a todo.

Dispuestos a vivir. Y a querernos.

No se acaba nada; solo continúa.