Hola.
Es que estaba liado.
1. El otro día vi la película El hombre de la Tierra (nada que ver con Félix Rodríguez de la Fuente). En ella, un grupo de profesores universitarios va a despedir a uno de sus colegas, que tras diez años entre ellos ha decidido dejar su puesto y marcharse. Sorprendidos por su decisión y preocupados por si ésta esconde algún problema, preguntan y preguntan hasta que él acaba contándoles (esto tarda diez minutos en saberse, no les estoy destripando nada) que es inmortal, que es un hombre de Cromagnon que lleva vivo unos 14.000 años. Y que la razón para no dejar de trasladarse es evitar que a su alrededor se den cuenta de que no envejece.
Puede que el argumento les parezca, así contado, una chorrada, pero les aseguro que la película está muy bien, que es seria y resulta bastante desasosegante. Los amigos del protagonista son especialistas en antropología, arqueología, biología y religión, y eso les permite hacer preguntas pertinentes y reconocer que, aunque él no puede demostrar su historia, tampoco ellos pueden desmontársela. Y toda esa conversación entre escéptica y alucinada ocupa la película entera.
Se la recomiendo.
2. Y ayer acabé al fin Sobre el olvidado siglo XX, de Tony Judt.
A Judt llegué gracias a la recomendación de Moli, reforzada por la de NáN. Aunque desde entonces, como suele pasar en estos casos, me lo encuentro hasta en la sopa.
He terminado el libro deslumbrado. Por la capacidad de análisis y de síntesis de Judt, por su actitud crítica y al mismo tiempo positiva y, en fin, por la inteligencia que, en mi opinión, salta a la vista en cada página.
Como era de la biblioteca (aunque creo que vale la pena tenerlo, la verdad), no puedo ni ponerles citas ni comentar más que de memoria, pero lo resumiré diciendo que es una colección de ensayos independientes agrupados por temas, y dedicados a repasar ciertas facetas, como bien dice el título, del siglo pasado. No es exhaustivo, obviamente, ni es un libro de historia, pero capítulo a capítulo (y que conste que hay algunos títulos que podrían quitar las ganas de leerlos, pues parecen demasiado concretos y especializados; pero luego uno comprueba que no es así) va tocando las principales cuestiones que han ido marcando, sobre todo en el aspecto político, toda esa época.
Yo diría que los temas centrales del libro son: su crítica al marxismo y a la intelectualidad europea de izquierda que en el tercer cuarto de siglo siguió coqueteando con él a pesar de la experiencia soviética; su crítica a la política exterior de EE.UU. y a la ceguera, o cortedad de miras, que lleva décadas demostrando (el capítulo 21, en el que reseña el libro de John Gaddis La Guerra Fría: una nueva historia, es magnífico); su crítica al Estado de Israel (Judt es judío); y su defensa (en un gran postfacio) de la necesidad de una nueva izquierda, que no solo lo sea por un relevo en sus protagonistas o un lavado de cara, sino porque sea capaz de ofrecer un proyecto verdaderamente alternativo, lo suficientemente realista como para poder moverse en el actual terreno de juego, y lo suficientemente ambicioso y amplio como para no limitarse a unos cuantos parches de indignación.
Y junto a ellos yo pondría otro, menos explícito pero para mí muy interesante: la importancia del papel del intelectual, la necesidad que la sociedad tiene de él; y la exigencia de que, como requisitos para poder cumplir su función, aquel mantenga a toda costa su rigor, solvencia, independencia y honestidad intelectuales.
Por último, leyendo los ensayos dedicados a varios personajes del siglo pasado, y viendo al propio Judt, no puedo evitar maravillarme una vez más ante la pasmosa capacidad de la cultura judía, ante su creatividad, su intelectualismo (que sin embargo no se queda sin su parte de censura, en el libro), su prolijidad. Recorrer cualquier biblioteca o el panorama musical clásico bastan para asombrarse de su riqueza.