Publicado en el suplemento Táboa Redonda el domingo 5 de marzo de 2017 |
La calandria de agosto
"Hay
cosas que no se pueden echar de menos, porque echar de menos no llega tan
hondo, tan oscuro y terrible. Pero hay muchas otras que sí; que sé que extrañaría
con pena: sentarme en una butaca, mirar lejos por la ventana, pasear con las
manos en los bolsillos del abrigo, algunas sonrisas, una piel suave bajo la
mano o bajo los labios, empezar a leer en la cama, el pan, el sonido de una
fuente y el de los pájaros, una ola retirándose sobre las conchas, la brisa y
muchos cielos.
Los
cielos sobre todo, que me han salvado tantas veces. Me han sacado del pequeño
cuartucho donde yo mismo me había cerrado por dentro, y me han elevado y dado
aire. Algunos fueron nocturnos, a veces la luna sola, flotando real, esférica;
muchos más a última hora de la tarde, cuando abandonan toda prudencia y nos encantan
con colores, con nubes profundas, con horizontes que son lo único que nos queda
de la aventura, o de soñar con ella, con esas aventuras que nos permiten seguir
creyendo que la vida podría ser otra cosa.
También
alguna literatura nos recuerda que la vida debería ser algo más. “Estamos
rodeados de gente en tensión, intranquila, irritable o irritada”, dice
Cunqueiro. Y añade que, las veces en que esa meta omnipresente y siempre
externa que perseguimos parece alcanzarse, “se vacía de contenido, porque
sobreviene de improviso la sensación de que la vida ha pasado, que todo está ya
a nuestra espalda, y que todo el camino ha sido recorrido en la
insatisfacción". Y cierra así la boca, señalando el gran problema de la
sociedad satisfecha, a quienes le reprochan intrascendencia en los temas:
tesoros, princesas, sirenas, islas viajeras, fuentes, paisajes de Bretaña, o un
melocotón en el bolsillo de un soldado chino en Persia. Como si soñar fuese
accesorio. Como si habernos abierto ventanas por las que mirar, puertas por las
que salir a hablar con damas de antaño, a desnudarnos bajo las estrellas o a
navegar hacia levante, fuese poca cosa.
No
creo que haya muchas enseñanzas más importantes que llegar a saber mirar
alrededor y reconocer, entre todo, lo que echaremos de menos; reconocer las
cosas que nos hacen felices cada día y, si podemos, detenernos en ellas. Por
ejemplo, leer a don Álvaro. Por ejemplo, los cielos. O estar de pie bajo la
lluvia, escuchando sobre el paraguas el tamborileo de las gotas, que a él le
impidió un día oír las palabras que dicen las camelias al abrirse."
* * *
Ay, Porto, coincidimos mucho: estar de pie bajo la lluvia. Y todo lo demás.
ResponderEliminarPero al leer el título de tu entrada he recordado una jota muy bonita de la zona de Navarra de donde provengo. Es muy sencilla.
Y qué pajarico es aquel
que canta en aquel olivo.
Es una pobre calandria
que ha perdido su nido.
Un abrazo fuertísimo, querido Porto.
Número 35.621 de El Progreso de LUGO - Táboa Redonda nº 71 del domingo 05 de marzo del 2017.
ResponderEliminarHe encontrado en el padre Google gran ayuda para mi comentario.
Y es que enseguida lo asocié a la canción de Pedro Infante que escuchaba de niño con gran embeleso en la emisora Radio Ferrol en la sección de discos dedicados: Permítaseme, abusando de su amabilidad, que inserte la letra completa, de esta preciosa canción y que en Youtube! Se puede escuchar, cosa que acabo de hacer:
En una jaula de oro,
Pendiente del balcón,
Se hallaba una calandria,
Cantando su dolor.
Hasta que un gorrioncillo,
A su jaula llego,
"Si usted puede sacarme,
con usted yo me voy."
Y el pobre gorrioncillo,
De ella se enamoró,
Y el pobre como pudo
Los alambres rompió.
Y la ingrata calandria,
Después que la sacó,
Tan luego se vio libre,
Voló, voló y voló.
El pobre gorrioncillo,
Todavía la siguió,
PA' ver si le cumplía
Lo que le prometió.
La malvada calandria,
Esto le contestó:
"a uste ni lo conozco
ni presa he sido yo."
Y triste el gorrioncillo,
Luego se regresó,
Se paró en un manzano,
Lloró, lloró y lloró
Y ahora en esa jaula,
Pendiente del balcón,
Se encuentra el gorrioncillo,
Cantando su pasión.
En una jaula de oro,
Pendiente del balcón,
Se hallaba una calandria,
Cantando su dolor.
Hasta que un gorrioncillo,
A su jaula llego,
"Si usted puede sacarme,
con usted yo me voy."
Y el pobre gorrioncillo,
De ella se enamoró,
Y el pobre como pudo
Los alambres rompió.
Y la ingrata calandria,
Después que la sacó,
Tan luego se vio libre,
Voló, voló y voló.
Un comentario (quizás un tanto ¡¡¡machista!!!) en la canción de Pedro Infante:
Hace un año: Ésa le queda a mi exesposa q la apoye mientras terminaba la universidad y después voló, voló y voló ja jajá
Suelen ser cosas baratas, las que nos hacen felices, pero tardamos casi una vida en convencernos de eso. Bueno, hablo por mí, es probable que los demás tarden menos. He leído a Alvaro Cunqueiro, y volveré a hacerlo. La verdad es que querría volver a Mondoñedo, a Galicia, pronto. Ya veremos este año, el Camino lo acabamos el verano pasado.
ResponderEliminarUn abrazo
Tardamos, en cualquier caso, demasiado.
ResponderEliminarMondoñedo es una maravilla.
Un abrazo, J.L.