Táboa Redonda: Siempre yo
Siempre yo
"El aburrimiento tiene
aspectos positivos. Entre otras cosas, hace que el tiempo pase más despacio, y
por tanto alarga la vida, como sabía Dunbar, personaje de “Trampa 22” (de
Joseph Heller, el libro con el que más me he reído en mi vida, con mucha diferencia).
Y hace falta aburrirse un poco para ponerse a pensar. De hecho, hace ya algún
tiempo que entre los consejos para padres que nos asedian se ha hecho un hueco el
elogio del aburrimiento. Sostiene que, si nunca se aburren, los niños no
observan, ni imaginan, ni improvisan, ni inventan, ni tienen paciencia ni
muchas otras cosas. Y advierte de los consecuentes perjuicios de estar siempre
entretenido.
Pero lo que no es
admisible es que resulte aburrido algo que no debe serlo.
Las conversaciones se
pueden clasificar en tres niveles de aburrimiento.
El primero es el de
la conversación aburrida para una tercera persona, para un observador externo.
Si ese observador soy yo, el 90% de las conversaciones entran en esta categoría.
Para mí, no hay prueba más evidente de la asombrosa variedad de la naturaleza
humana que los temas que les interesan a los demás. El segundo es el de las
aburridas para quien escucha: uno cuenta su rollo y el otro se aburre. Aunque aquí
hay cierto margen de reacción, todos conocemos esa sensación de caer en las
redes de alguien y notar que el tiempo se va, se va, se va irremisiblemente.
Pero el tercer y más triste
grupo es el de esas conversaciones en las que también se aburre el que habla. Se
aburren los dos. Ambos son conscientes de que aquello les importa un carajo, de
que si siguen allí es porque no tienen nada mejor que hacer. Comienzan a
aparecer los silencios en mitad de una frase, las miradas barriendo el entorno
buscando un estímulo y los alargamieeentos de palaaabras cuando se está a punto
de perder el hilo. Son conversaciones simuladas. Dos personas se afanan por hablar
de algo -una señora le explica a otra por la calle que dejó el bacalao a
desalar toda la noche, o un tío le cuenta en una terraza a un colega una noche
que ninguno se cree- mientras, en su fuero interno, desean que les pongan de
una vez la tapa, que aparezca alguien conocido, que les llegue un whatsapp, que
caiga un rayo… lo que sea, pero que pase algo.
Yo, por ejemplo, hablo,
explico, cuento una vez más qué hago y por qué, y cómo me ilusiona por esto y
por aquello y a pesar de lo otro. Y me aburro. Me repito, me aburro a mí mismo
y me aburro de mí. Como Borges, a veces también me canso de ser siempre yo."
* * *
¡Hay que ser un superdotado para aburrirse… y alcanzar semejante situación o estado anímico, por eso he leído hasta el final el texto con todas esas rotundas y aclaratorias definiciones!
ResponderEliminarNunca me he aburrido, un simple computador; o teléfono móvil (del que carezco) es suficiente para evitarlo.
Preguntaré al Padre Google por ese inquietante libro; tan divertido y que tan positivamente valora…
Nah, eso tiene que ver (casi seguro) con el incremento de las horas de oscuridad y la producción de melatonina...
ResponderEliminarY bueno, siempre les queda la política. Con ese tema es muy frecuente que suba la adrenalina, e incluso la bilirrubina.
Es crónico, don Micro.
ResponderEliminarAbrazos a ambos.