Banderines en un aparcamiento
"La publicidad sin público me parece triste. Más triste cuanto más alegre
y llamativa quiere ser. Los letreros con detalles festivos, con muñequitos que
saludan contentos y frases de entusiasmo, los carteles con rótulos enmarcados
en estrellas doradas y llenos de signos de exclamación -aunque sea para poner
el precio del kilo de langostinos-, cuando no se leen, cuando creo que nadie
los ve, me parecen un poco deprimentes. Y todavía más si en ellos sale gente
riéndose. Sobre todo familias con niños: padres e hijos abrazados sonriéndole
fijamente a nadie.
Siempre he tenido la tendencia a atribuir sentimientos a las cosas, y eso hace que algunos objetos me puedan dar pena: un tubo de pasta de dientes terminado, unos papeles viejos o un adorno en un mueble. Pero en este caso no se trata de eso, sino de la tristeza del mensaje que no llega. Los banderines de colores agitándose un día de viento en medio del aparcamiento desierto de un centro comercial vacío, en una película americana, son la viva imagen no solo de la soledad sino del desamor. El desamor de la llamada no atendida.
Siempre he tenido la tendencia a atribuir sentimientos a las cosas, y eso hace que algunos objetos me puedan dar pena: un tubo de pasta de dientes terminado, unos papeles viejos o un adorno en un mueble. Pero en este caso no se trata de eso, sino de la tristeza del mensaje que no llega. Los banderines de colores agitándose un día de viento en medio del aparcamiento desierto de un centro comercial vacío, en una película americana, son la viva imagen no solo de la soledad sino del desamor. El desamor de la llamada no atendida.
Pero hay males de amores que no consisten, como ese de las banderolas, en no ser correspondido, sino en necesitar querer, desear querer, querer querer, y ni siquiera verse cerca de elegir a alguien que no nos haga caso. Ni siquiera haber podido fracasar. Es el desamor no correspondido.
Recuerdo unos años en que a mí, sin duda, ya me estaba haciendo
falta tener novia. O al menos enamorarme, y luego ya veríamos si la cosa iba o
no iba. Quería querer y que me quisiera alguien. Pero nada, no encontraba a la
persona, o ella no me encontraba a mí; y pasaba el tiempo y yo, la verdad, me
sentía bastante mal. Es cierto que fue mucho más doloroso, más adelante, sufrir
por alguien, sentirme abandonado y creer necesitar a alguien en cuya vida, de
repente, ya no había sitio para mí. Es cierto que fui más infeliz. Pero nunca
estuve tan solo como cuando ni siquiera tenía a quién echar de menos.
Era como esas familias de los escaparates de las agencias de
viajes, poniendo mi mejor sonrisa día tras día por si alguien pasaba por
delante y la veía."
* * *
¡Qué bueno! Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, JL.
ResponderEliminarOtro.
Diario El Progreso de LUGO núm. 35.490, suplemento dominical nº 54 de Táboa Redonda;
ResponderEliminarLas féminas lectoras de su BLOG leerán atentamente su relato afín a su “experiencia” debida a la MUJER culpable de la felicidad o desdicha que el AMOR (cosa de 2 como mínimo, y a veces tres) siempre arrastra.
En YOUTUBE! escucho melodiosas y también tristes rancheras mexicanas lindando con las tristezas o penas del amor-desamor
Estupendo artículo (como es habitual):
http://www.cosasqmepasan.com/2016/10/lo-de-dylan-y-el-nobel.html
Al acudir a la descarga del penúltimo TR (Táboa Redonda,) un enlace a la última página del diario en la que se encuentra este ameno y entretenido artículo dedicado a esos minutitos mañaneros previos a la salida al destino laboral de los afortunado que tienen un puesto de trabajo:
ResponderEliminarhttp://elprogreso.galiciae.com/blog/613975/cinco-minutitos-mas