- ¿Y a usted, si le concediesen todo cuanto deseara, qué le gustaría hacer en sus vacaciones? - ¿A mí? Estar sentado en una silla.
31.7.10
Diario de vacaciones: decimoquinto día y última noche
Hoy es Paula la que ha dormido conmigo y la que me despierta. Me hago el remolón pero al poco rato ya son dos, y claudico.
Es verdaderamente agradable abrir la puerta del jardín recién levantado, aún en pijama. Y dejarla ya así hasta que uno se acuesta.
Esta casa tiene dos plantas de 20 m2 cada una (les aseguro que llega de sobra), y la baja consiste, además de en un minúsculo baño, en un solo cuarto mitad sala mitad cocina. Las desventajas de estas cocinas americanas son evidentes, me parece a mí, pero lo que yo no conocía hasta venir aquí eran sus ventajas: si esta casa, en lugar de ser como es, tuviese cocina independiente, me pasaría a solas un montón de tiempo cada día; en cambio así, mientras cocino, mientras friego, recojo o lo que sea, sigo estando con ellos, o con quien esté. Puedo verlos, seguir hablando, atenderlos, etc. Y lo hace todo mucho más acogedor.
Nos pasamos la mañana entre casa y el jardín, hasta que vamos al muelle, los tres comiendo pipas. Sigue sin hacer muy buen tiempo, pero la mañana es ideal para pasear y el mar está precioso.
Lo cierto es que me paso el día tratando de empaparme de todo.
Al ir a casa pasamos junto a la playa y nos entran las prisas. Los niños además quieren bajar mientras la marea está baja [nota aclaratoria para mediterráneos: aquí la altura del mar varía a lo largo del día]. Así que hago una comida elaborada, pasta con atún, y la devoran; de hecho, creo que jamás les había visto comer tan rápido.
Bajamos, pues, a la playa, ya comidos, a las tres.
En la arena hay solamente un señor sentado en una silla. Y pienso si seré yo dentro de cuarenta años.
Nos bañamos; Paula y Carlos se van a ir considerablemente más sueltos en el agua que cuando llegaron. Yo creo que si esto se prolongara un par de días más Carlos aprendía a nadar. Es más, mañana, si hay playa, voy a probar a quitarle el último flotador de su cinturón. Paula está a punto de cogerle el tranquillo a la respiración a braza y dejar el estilo perrito.
El hombre se nos acerca y busca conversación. Se la doy. Y cuando se va, dejándonos la playa para nosotros solos, me da una sorprendente enhorabuena por mis hijos.
Ellos, a ratos los dos, a ratos conmigo, buscan piedras, conchas, cangrejos ermitaños y minchas (ni idea de qué otro nombre tienen; son como caracolillos marinos, que se comen hervidos quitándoles la carne con un alfiler), y los juntan en una pocita en las rocas. No paran de entrar y salir del agua, y al final les tengo que mandar a secarse, porque están helados.
El proceso frío, hambre, subir, duchas y merienda se repite un día más. Y cuando estamos listos nos vamos al centro del pueblo. Ellos cuentan con ir a las atracciones, y yo quiero ir a mi café preferido. Veo a la dueña por primera vez en la quincena y me despido hasta septiembre.
¡Porque hoy me han confirmado que este invierno seguimos con la casa! La noticia suaviza considerablemente el trauma de la marcha.
Tras el café, parque otra vez. Cada día, Paula y Carlos juegan con algún niño nuevo. Aunque los dos son más bien tímidos (más ella), veo que se integran muy fácilmente y sin problemas. Hoy juegan con varios al escondite, pero resulta que lo deseable para todos es ser el que cuenta y busca, y de hecho para ellos ese es el premio de quien se libra primero. A mí me hace gracia y se lo comento a dos madres que charlan en un banco; ellas se callan, me miran con cara de "pobre chalado", fuerzan una sonrisa y siguen con su conversación llena de ymedijos y notelospierdas .
A las atracciones todavía les falta, así que continuamos hasta casa para cenar. Por el camino pretendo hacerles una foto posando, y casi los tiro al mar, desesperado. Yo les hago cientos de fotografías, aclaro; pero casi nunca se enteran, y menos aun les hago mirar a la cámara. Pero cuando, como hoy, lo intento... eso, que entre las caras de foto de Paula y que Carlos no se queda quieto ni atado, me dan ganas de machacarlos.
Si comiese todos los días como hoy, en un mes mi cuerpo escultural sería un vago recuerdo.
No hay manera de que se olviden, así que tras la cena volvemos a salir, esta vez en coche, hacia la buscada fiesta.
Y la encontramos: dos orquestas, un par de puestecillos de juguetes y chuches, una barra y varias atracciones infantiles. La calle está todavía bastante vacía.
En la orquesta los hombres van de traje blanco, camisa negra y corbata blanca, excepto los cantantes, uno de los cuales lleva también el pantalón negro, y otro, que debe de ser el guapo, sobre pantalón y camisa negros luce levita del mismo color. Ellas dos, sendos ajustadísimos y cortísimos vestidos blancos. El trompetista es manco. Se lo juro.
Al principio un frente de vecinos como mínimo sexagenarios observa con expresión severa a los músicos, cuyas interpretaciones son acogidas con un silencio glacial y una inmovilidad absoluta. Tiene que ser jodido, tocar aquí (entienda por este aquí lo que mejor les parezca, pero que como mínimo englobe Galicia y buena parte del norte peninsular).
Luego, poco a poco la cosa se va animando y de repente unas parejas se lanzan a bailar.
Carlos también se arranca, y arrastra a la hermana. Poco después estamos bailando los tres juntos cogidos de la mano. Como lo oyen.
Ellos van a un par de hinchables de precio exorbitante, y Paula a esas camas elásticas con cintas más elásticas todavía, tipo Lara Croft: le encanta. Bueno, les encanta todo.
Vemos a los niños de anteayer, que nos saludan muy sonrientes. La pequeña, más tarde, se nos acerca a hablar. Todas las atracciones son de su familia; y aunque su imagen no es buena, ni por la ropa ni sobre todo por las expresiones de sus caras, me llama la atención lo guapos que son todos, tanto ellos como ellas, niños y adultos.
Y asisto al primer conato de independencia social de Paula, cuando unas niñas del pueblo vienen a decirle si quiere ir a jugar con ellas. Como le dejo, va. Juegan al escondite, pero bueno, a mí ya me impresiona.
Carlos, mientras, juega con el humo que cae del escenario.
Creo que lo han pasado muy bien. Pero ya es la una, y nos vamos.
Todo tiene sabor de despedida, pero estoy decidido a no dejarme ir cuesta abajo.
Los meto en la cama y les canto (ah, sí, siempre les canto, desde que nacieron; la misma canción de cuna que me cantaba a mí mi abuela). Y cuando termino ya llevan un rato durmiendo.
Abro la puerta. Oigo "Gloria", de Umberto Tozzi, y luego lo de Yo soy español, español, español. Lo clásico e imperecedero y la rabiosa actualidad se dan la mano.
Trato de escribir este post pero soy incapaz, porque me duermo. Pongo un mensaje de permanezcan atentos a sus pantallas y apago.
Pero luego pienso que ahora que esto llega a su fin perdería toda la gracia si las entradas del diario no fuesen al día, así que aquí, sentado en la cama, con Carlos a mi lado y ruido de voces adolescentes en la playa y la música de la fiesta a lo lejos, les escribo en mi última noche de estas vacaciones.
30.7.10
Diario de vacaciones: decimocuarto día
Sueño, mucho sueño otra vez cuando Carlos me pregunta si ya es de día. Claro que es fácil sobrellevarlo con un despertar así. Trato de seguir durmiendo, pero al ratito aparece Paula, que se mete con nosotros en la cama pero ya anuncia que quiere desayunar.
Es que duermo cada noche con uno; tanto aquí como en mi casa. Desde hace ya unos dos años. Me apetece, les apetece, y el hecho de que se tengan que turnar y uno deba dormir en su cama me parece que es un buen antídoto contra los excesos.
El caso es que aún no son las nueve y ya estamos los tres abajo. Carlos quiere preparar todo él solo, así que pone el mantel, coge su taza, la leche y los cereales y consigue servírselo todo sin grandes contratiempos. Cuando estamos terminando llega el pan y salgo a por él.
Hoy de nuevo está cubierto, y hasta casi las doce no salimos más que al jardín. A esa hora vamos a la tienda, a hacer la compra y a pagar una empanada de pulpo que debía del otro día. Hay mucho ajetreo porque mañana empiezan las fiestas y no dan abasto con los encargos.
A mí lo de las fiestas me parece lo único positivo de irme este fin de semana. Así soy.
Al volver paramos en el parque infantil, y al cabo de un rato aparecen dos niños. Sus padres son los de los cochecitos eléctricos, y a mí ellos al principio me parecen gitanos, pero no tienen el acento, y además hablan en gallego (jamás he oído a un gitano hablar gallego). Están recelosos, pero en cuanto les hablo un poco se relajan y acaban jugando los cuatro un montón. El mayor, de 11 años, es cariñosísimo con los pequeños, sobre todo con Carlos. Se ríen mucho y lo pasan muy bien.
Comida y, ya saben, té a la puerta de casa mientras los niños dibujan, primero, y juegan fuera, después. Hasta que su tono de voz y su grado de irritabilidad indican que están empezando a aburrirse, por lo que decido bajar a la playa.
No hace calor y apenas hay nadie, pero nos bañamos los tres juntos. Yo me quedo un poco más en el agua y a ellos los dejo tumbados en sus toallas y tapados con la mía. Al salir me encuentro con Carlos dormido... Así que en brazos para arriba, para que no se enfríe. Ducha y meriendas.
La tarde acaba en el parque infantil. Carlos juega mucho con otros niños y conmigo; y Paula se pasa más de una hora observando desde una prudente distancia las idas y venidas de una pandilla de niñas y otra de niños (a quién me recordará...).
Durante la cena les propongo ver una película, y Carlos dice que una de Tarzán (de las de Weismuller). Vemos Tarzán y el misterio del desierto, que está muy bien, aunque Jane no sale, que está de enfermera voluntaria en un hospital militar (corre el año 43), al que Tarzán hará llegar un remedio de la selva para no sé qué fiebre rara.
A la cama, en cuanto acabe de escribir esto.
29.7.10
Diario de vacaciones: decimotercer día
Ayer apagué el portátil más tarde de las tres y media, así que cuando los niños se levantan a las nueve para mí es muy temprano. Antes, no sé en qué momento de la noche, abrí los ojos y me encontré con la cara de Carlos a cinco centímetros de la mía, mirándome de pie con su oveja de peluche en brazos.
El día está gris, menos un rato al mediodía, y no vamos a la playa. Es más, estamos los tres con pantalón largo, algo inaudito desde que hemos llegado. Juegan y jugamos en el jardín por la mañana, y antes de comer bajamos a dar una vuelta por el muelle. Carlos se empeña en que en la máquina expendedora le compre una cucharilla (para pescar, aclaro) o cebo vivo (no me puedo creer que no les llame más la atención esto; son ustedes de lo que no hay), pero al final se contenta con un kit-kat. Vemos cómo pescan un par de señores, y un niño americano nos enseña la nécora que ha cogido.
Después de comer tomo un té sentado en la puerta de casa y ellos dibujan, hasta que es hora de irnos: hoy volvemos a Viveiro.
Cumpliendo lo prometido la semana pasada, vamos a una librería, o a la librería, y nos compramos cada uno un libro. Yo, Al oeste de Roma, de Fante. Luego paseamos un rato, me tomo un café deleznable y vamos al cine a ver (hoy sí) Shrek 3.
Me decepciona; y a Carlos a ratos le da un poco de miedo. Salimos y Paula y yo le reconocemos que su elección del otro día nos gustó más. Nos da las gracias.
A última hora, en casa, tengo mi primer round contra la tristeza, que amenaza a tres días vista.
28.7.10
Diario de vacaciones: fin del décimo día, undécimo y duodécimo
[25 de julio]
Vuelvo con los niños a Vicedo.
Paula y yo hablamos todo el viaje sin parar, contándonos nuestros respectivos fines de semana. Hablamos tanto que me paso de la salida en la autovía y tenemos que venir por otro lado. Pero gracias a eso nos encontramos caballos salvajes en la carretera, y hasta tenemos que parar para que crucen.
A Carlos ya lo he recogido dormido, y sigue durmiendo... justo hasta que lo acuesto. Se despierta, quiere cenar y tarda unas dos horas en volverse a dormir.
Estamos en casa otra vez.
[26 de julio, con su noche]
Hoy vienen mis padres y mis tíos a pasar el día, así que vamos pronto a la tienda y cuando llegan ya estamos en la playa. Bajan y nos quedamos un buen rato antes de subir a comer. Los niños muestran a los mayores sus progresos en el agua, claro (a Paula le he traído las gafas de nadar, y a Carlos le he quitado un flotador más del cinturón); los mayores disfrutan de ellos y recuerdan otros tiempos.
El contacto entre nietos y abuelos me parece, en general, muy enriquecedor y una suerte para ambos. Es cierto que actualmente ha surgido, a la fuerza, una figura nueva, la de los abuelos-cuidadores, que poco tiene que ver, creo yo, con la de siempre: demasiado tiempo, demasiadas responsabilidades y demasiado trabajo los convierten casi en sufridos sustitutos de los padres, con casi todas sus servidumbres y pocas de las prebendas de los abuelos tradicionales. Pero no es nuestro caso, y por eso a menudo me siento un poco egoísta con ellos; con mis padres y con mis hijos. Lo cierto es que a mí el tiempo me sabe a poco, pero aun así creo que debería dejarles disfrutarse mutuamente más a menudo.
Comemos muy bien. Y a media tarde bajo de nuevo a bañarme con Paula y Carlos y mi tía A., a la que siempre le han encantado los niños. Ellos juegan mucho con ella y con otros niños que ya les suenan del parque o de otros días en la playa.
Y poco antes de que se marchen monto en el jardín la tienda que nos han dejado. Había prometido una noche de acampada esta semana, y hoy es tan buen día como otro cualquiera: nada más empezar empieza a lloviznar.
Ya de noche, y tras preparativos sin cuento, cerramos la puerta de casa y nos metemos en la tienda. Ellos abrigados y con saco; yo menos, y con una manta, los dos móviles, agua para todos y... un cuchillo. En fin, les aseguro que si no estuvieran los niños no dormía yo ahí fuera ni loco.
No obstante, la sensación de escuchar tan fuertes el mar y el viento estuvo bien.
Nos dormimos, de menor a mayor.
[27 de julio]
Al final, y tras un paréntesis de casi una hora en vela a eso de las cinco porque Paula quería ir al baño (pueden comprobarlo en los comentarios del post anterior), nos despertamos a las nueve.
Balance: asados casi todo el tiempo, apretados toda la noche (yo en medio y los tres casi sin poder movernos) y la certeza de que o contamos con una tienda más espaciosa o va a ir de camping Rita.
Consigo plegar la tienda de fácil montaje y empezamos la jornada, en la que esperamos a mis cuñados y al primo de Paula y Carlos.
Pasamos casi todo el día en la playa. Me encanta ahora que los niños quieren nadar conmigo.
Hoy ha sido el día que más me he alejado nadando. Es un verdadero placer quedarme allí en medio, mirándolo todo y dejándome llevar por el mar.
De lo leído estos días, me quedo con los conceptos weberianos de ética de la convicción y ética de la responsabilidad, que desconocía. Y con el uso que hace Todorov de ambos para analizar algunos de los sucesos relacionados con el islam que más repercusión mediática han tenido en los últimos años; entre ellos, el de las caricaturas de Mahoma. No puedo resumírselo aquí, pero de nuevo les recomiendo su lectura.
Ya solos, vamos a cenar los tres a O Barqueiro. Paula lleva unos días empeñada en que las cejas no valen para casi nada, y de camino me lo vuelve a decir. Tendré que enseñarle esta casa:
Volvemos pronto a acostarnos.
En la cama.
26.7.10
Diario de vacaciones: fin de semana
A media tarde del viernes M. pasa a recogerme y nos venimos a Vicedo.
Paramos a tomar un café en O Barqueiro. Esta vez en la mesa de al lado hay dos señoras alemanas, y me pregunto cómo habrán decidido venir aquí, y si en Alemania serán dos mujeres normales y corrientes o, por el contrario, su perfil es tan excepcional como creo lo sería en nuestra sociedad.
M. le compra otro chalano de juguete a su hijo. No se quejarán, los de la tienda.
Llegamos. La sensación de regresar a mi casa es tan acusada como ilusoria.
Y ya de noche salimos hacia Viveiro para cenar. Hay bastante gente, aunque desde que estoy aquí ya he oído varias veces que este año se nota el bajón turístico; la crisis, se supone. No cenamos mal, pero lo mejor viene después, en un café con mucho encanto que ya conocemos, en el que me tomo un mini irlandés y un gin-tonic perfectos.
Y volvemos.
El momento sin duda más glamouroso de las vacaciones, del verano y probablemente de muchos años, lo protagoniza M. cuando, el sábado a las diez de la mañana, recién levantados, baja a la playa desierta. A mitad de la arena se quita el batín negro que lleva puesto y se queda en un pijama de pantaloncitos cortos y camiseta de tirantes, también negro, y se mete andando en el agua. Yo la miro desde la valla de casa mientras nada. Al rato sale y sube, empapada.
Me convence con facilidad, y bajo a darme un baño antes de desayunar. Como no quiero ser pesado, no les contaré lo que es estar en una playa vacía, ni nadar en un agua que parece un espejo, ni ver al levantar la cabeza el cielo azul, árboles, árboles, árboles y roca.
Desayunamos. La séptima de Beethoveen de fondo.
Y vamos dando un largo paseo hasta la tienda, donde después de más de media hora de charla conseguimos que R. nos venda lo que le pedimos. Hacer así la compra es muy agradable, y hoy además me llevo una sorpresa enorme, pues me entero de que tanto ella como N., la chica que nos cobra todos los días, están leyendo este diario.
Antes de comer, más playa y más baño. Es el día de más sol desde que llegué aquí. Estamos prácticamente solos, a esas horas. Se oye un pájaro. Para mí que es un mirlo; claro que mi referencia son los trinos que se oyen en Blackbird, de los Beatles.
M. y yo no hemos hecho nunca una tortilla de patata, aquí donde nos ven. Y hoy vamos a experimentar en nuestras propias carnes. Yo tengo bastante confianza, pues creo que la cocina al final es una cuestión más bien estética; y a mí a esteta... Wilde y pocos más. Además las patatas se fríen a fuego lento; concretamente al ritmo de la trompeta de Chet Baker; y creo que así es imposible que salga mal.
Me equivoco, porque queda sosa y bastante seca; pero no del todo, pues me parece que para ser la primera el resultado es más que aceptable.
El albariño ayuda bastante, además.
Sobremesa, sobremesa y sobremesa. Hasta las ocho, que bajamos a la playa.
Ducha, y por primera vez en esta semana me pongo unos vaqueros y una camisa. Nos vamos a cenar a Espasante, un pueblo próximo. Llegamos tarde a casa y muy cansados.
El domingo empieza tarde, y cuando bajo a la playa, donde me espera M., ya es casi la una. Desde ayer está fondeado un barco de dos palos precioso, grande, de madera, pintado de verde, antiguo o imitando a uno antiguo. No tiene bandera, ni numeral ni nombre; voy nadando hasta él y leo “tina husted” en los dos roscos salvavidas; nada más. En cubierta no se ve a nadie. Las bajadas a las cubiertas inferiores tienen dos puertas de cristales de colores. Venciendo el miedo que me produce estar cerca de algo tan grande en el agua, me pego a él y lo toco. Tengo el costado sobre mí, veo su sombra debajo, paso sobre la cadena del ancla, que se pierde en el fondo, y me separo no sin cierta prisa...
Pasamos media tarde leyendo en casa, junto a la ventana abierta. Luego, vamos a Bares a tomar un café antes de regresar; ella a su casa, que mañana trabaja, y yo a por Paula y Carlos, con los que me vuelvo a dormir a Vicedo, tras un fin de semana maravilloso.
24.7.10
Diario de vacaciones: séptimo día y parte del octavo
Ya nos ha dado tiempo a ir a la tienda cuando llegan M. y su hijo, C., a casa. Vienen a pasar el día.
A la media hora estamos en la playa. Llegamos a ella mientras llovizna, y me acuerdo del sobrino de Asterix de Lutecia, en Asterix y los normandos. Dos chicas se sientan en la arena envueltas en las toallas.
Pero lloviendo y todo los niños se meten en el agua.
M. está buenísima; ya no me acordaba.
Consigo bañarme. En un caso claro de síndrome de Estocolmo acabo diciendo que el agua está buenísima, también, y de hecho me baño bastante rato. Me alejo nadando hasta que no distingo las caras de la gente en la playa (6 o 7 personas en total). Buceo, me dejo llevar y hago (Jesús, NáN) el muerto. Vuelvo a la orilla y procuro salir del agua como el de aquel anuncio de Agua Brava de hace unos años, pero sin marca de moreno en la frente.
Subimos a casa tiritando y nos duchamos. Hago la comida y comemos sin demasiado derramamiento de arroz.
Por la tarde, parque infantil, donde la presencia de tres niños nuevos (unos de ellos, encima, negro) no pasa desapercibida, como sabré a la mañana siguiente, cuando una vecina me dé la novedad.
Tiendo a idealizar el ambiente de los pueblos, pero por lo poco que veo me pregunto si la gente joven de ellos no se estará quedando sin lo mejor de vivir en un sitio pequeño, ganando a cambio solo los aspectos más prescindibles de la sociedad urbana. Pero lo mismo esta es una generalización tan tonta como la primera.
Se van, y yo aguo un poco mi propia fiesta pensando que querría despedir a todo el mundo siempre así; así de contento, con mis hijos de la mano y desde esta puerta.
[23 de julio]
Con mucha calma, nos preparamos para irnos. Llevo a Paula y Carlos a pasar el fin de semana con su madre.
Paramos en O Barqueiro a comprarle otro chalano a Carlos, que el del otro día ya lo ha perdido. Por la tarde lo encontraré dentro del armario donde ayer se escondió jugando al escondite.
Seguimos. Él se duerme al rato, y llegará dormido. Con Paula voy hablando casi todo el camino. Siempre se ha hablado muy bien con ella; es una niña muy madura, creo yo. Y cada vez es mejor.
Los dejo, muy contentos, hasta el domingo por la tarde.
22.7.10
Diario de vacaciones: sexto día
Carlos y Paula parecen ir turnándose en levantarse temprano y venir a despertarme para desayunar. Hoy, por tercer día consecutivo, tampoco esperamos visitas, y tenemos todo el día para nosotros, sin prisas.
¿Les había dicho que recibimos el pan a domicilio? Como en muchos pueblos, sobre todo en verano, por las casas más apartadas pasa el coche del pan. A las diez y poco lo oigo pitar y salgo; la mitad de los días, en pijama (como el vecino; ya nos conocemos los respectivos pijamas).
Paula y Carlos juegan mucho y se entretienen solos con facilidad. Y son bastante tranquilos (bueno, a él el otro día me lo encontré sentado en el techo del coche, pero por lo general lo son). Yo voy recogiendo, haciendo las camas, barriendo (en una casa de campo que además está junto a la playa uno puede terminar de barrer, comenzar de nuevo y volver a sacar otro recogedor lleno de arena, apuesto algo), y ellos juegan fuera, dentro, y sobre todo dibujan, que es con diferencia lo que más les gusta. Así hasta que salimos a la compra o bajamos a la playa.
Hoy vamos andando a comprar dos sellos y dos sobres para que envíen sendas cartas a E., el de los lobos y las señales en el bosque de anteayer. Luego vamos a tomar un café y volvemos. El camino a casa es un trayecto de unos diez minutos, pero nunca nos lleva menos de media hora.
Ya es la una, ni temprano ni tarde, pero me pongo a hacer la comida. Comemos, me tomo un té, Paula le da una clase de dibujo a Carlos y luego por fin bajamos. Yo hoy no me baño, pero ellos no tardan ni dos minutos en estar en el agua. Aunque al final el frío es evidente y huímos.
Además hoy tenemos plan especial: cine en Viveiro.
Pensábamos ir a ver Shrek 3, pero nos encontramos con que también están poniendo Toy Story 3. Paula y yo preferimos al ogro y Carlos a los juguetes, pero yo no voto y lo echan a cara o cruz. Gana él y no hay manera de manipularlo para que cambie de opinión.
Y resulta que la película (como sus antecesoras, la verdad sea dicha) está genial: muy entretenida, muy graciosa (ya lo dice Moli, que la vio a la vez pero a 600 km: destacan Ken, el de la Barbie, y Buzz Lightyear en modo romántico-andaluz) y hasta emocionante. Al final, cuando Andy se despide de sus juguetes, me seco una lágrima, miro a cada lado y veo que ellos como si nada...
Volvemos a casa y en el coche me acosan a preguntas sobre la película. Me encanta, y además es increíble lo que sus por qué me obligan a aclarar y a aprender a explicar mis ideas.
Cenamos, los acuesto y se duermen inmediatamente. Yo bajo y enciendo el ordenador.
Esto es un diario, pero no se fíen de todo lo que leen. O, mejor dicho, no se crean que lo leen todo: todos los días les riño, todos los días alguien llora, y todos los días meto la pata.
Diario de vacaciones: quinto día
Efectivamente, hay algo que se me escapa, porque cuando a las ocho y pico de la mañana bajo con Paula a desayunar y abro la puerta de casa me encuentro al fontanero trabajando.
Media hora después, y tras ver cosas que ustedes no creerían y cuya descripción les voy a ahorrar, el problema queda resuelto.
Baja Carlos, termina el desayuno y salgo al jardín a sacudir las migas del mantel en la hierba, viendo el mar, y en ese momento soy feliz.
La mañana transcurre lenta, que es como me gusta, hasta que vamos a la compra, lenta también. A la vuelta comemos algo y casi a la una bajamos a la playa. Llevamos, además de lo de siempre, un colchón hinchable; y el rato en el que estamos los tres jugando con él en el agua es, creo, el mejor momento desde que estamos aquí.
Total, que nos ponemos a comer a las cinco de la tarde. Tarde que va oscureciéndose y acaba con algo de lluvia, que nos coge en O Barqueiro (el pueblo de enfrente, el que le da nombre a la ría). Allí compramos algo en una tienda muy bonita de productos de la tierra y motivos marineros, que en invierno siempre estaba cerrada, y que resulta ser de una cántabra y un salmantino; manda carallo. Tomamos algo en un café; yo le doy referencias familiares a la dueña y los niños juegan con su nieta. Una familia francesa y unos americanos curiosean y leen, me imagino que entre fascinados y ligeramente aburridos.
Me gustan esas lluvias de tarde de verano, y me recuerdan mi propia infancia aquí, pasando del bañador y las sandalias a la capucha, o tapándonos con una toalla en la lancha, cuando no regresábamos a tiempo.
Volviendo de O Barqueiro, bordeamos la ría, la voy mirando, quizá el paisaje que más me gusta en el mundo, pienso que vamos casi a nuestra casa (cómo sería si lo fuese, Morelli), y las sensaciones que aquí siempre noto de fondo se hacen más evidentes.
21.7.10
Diario de vacaciones: tercer y cuarto días
Paula y yo escribimos nuestros diarios cuando M. y E. aparecen en el jardín. Ella los acompaña a la playa con su neopreno, su paipo y su melena rubia al viento, cual surfera australiana. Yo me quedo con Carlos, que se acaba de levantar y aún tiene que desayunar.
Por fin me estreno nadando, yéndome un par de veces lejos de la orilla y disfrutando del mar y de lo que se ve desde él. Los niños se van soltando en el agua; seguro que dentro de unos días harán cosas que ahora no se creerían.
Comemos fuera (lo han adivinado, en el mismo sitio), y yo consigo añadir al pulpo y los calamares una ración de carne asada, y volvemos paseando. Hago las meriendas y nos vamos a andar por un camino donde vemos señales de peligro, manchas de sangre, plantas con vainas extraterrestres, rastros de lobos y de fantasmas, etc.... Bueno, o como si los viéramos.
Vemos también Bares, del que les hablaba ayer, enfrente.
Los niños, después de dos horas y media de caminata siguen echando carreras, e incluso aguantan, de noche, una película (es muy coñero el genio de Aladdin, ¿no?).
[19 de julio]
Me levanto a las siete y media porque el fontanero dijo que vendría a primera hora.
Llega, tras dos llamadas mías, a las tres.
La impuntualidad me molesta bastante, pues tiendo a ver en ella falta de consideración. Pero estas informalidades tan frecuentes entre algunos profesionales (meses después de arreglar la que luego fue mi casa, un piso antiguo, yo aún soñaba con el contratista) me parecen el colmo.
Cuando aparece, pretende meter “mi” manguera, la del jardín, allí colgada, por el desagüe; por la tubería que va a la fosa séptica. No sé si se hacen una idea; tengo una foto de la arqueta pero mejor no se la pongo, por si están comiendo.
- ¿Va a meter esa manguera?
- Sí.
- Mire, a mí la manguera me da igual, pero si la mete, aquí no la quiero. Después la tocan los niños...
- Pero se lava.
- Ya, se le pasa un agua: no, si la quiere meter métala, pero no me la deje aquí.
Y desaparece. Tras media docena de llamadas, consigo localizarlo ¡a las nueve de la noche!
A lo mejor hay algo que se me escapa. A lo mejor yo espero un tipo de comunicación que está fuera de lugar. No sé. Pero desde luego no entiendo nada.
Por suerte, a las cinco decidí que ya estaba bien y salimos.
Pero, en la misma línea desmitificadora, al llegar al parque infantil del pueblo entre las madres me encuentro con una con su hija, de unos dos años, llorando. Supongo que ha habido denuncias a padres, por cachetes dados en público, que no tenían ningún sentido y han originado verdaderos disparates; pero viendo cómo y cuánto le pega, se me pasa por la cabeza esa opción. Sé por experiencia lo fácil que es a veces perder los nervios, y lo a mano que para su desgracia están los niños; pero esto me hace hervir la sangre.
No obstante, también sé que cuando un padre pega tiene un problema, y como era de esperar, a juzgar por el gesto que mantiene el resto de la tarde esa mujer tiene muchos más problemas que el comportamiento de su hija. En fin...
Salvando ese episodio, es una tarde agradable. Los niños juegan mucho, solos y con los demás. Y yo aprovecho para escribir. Luego vamos al local social del pueblo, donde me beneficio de la wifi de Internet Rural. Tomamos algo y acabamos jugando los tres al futbolín con otro niño y su abuela; nadie da pie con bola (nunca mejor dicho), pero nos reímos.
Las vueltas a casa son muy agradables, los tres hablando muy tranquilos. Yo creo que es casi lo que más disfruto, que voy a los sitios por ir y volver. Pasamos por el muelle y junto a la playa vacía; hoy no ha hecho muy buen día, y además ya son las nueve.
No hay peli, estaban demasiado cansados, así que por la noche yo salgo al jardín y me siento de espaldas al mar, mirando la casa e imaginándomela mía.
20.7.10
Diario de vacaciones: segundo día
Encuentro con amigos en la tienda, de donde salimos con una insólita empanada de melgacho.
Antes de comer vamos de excursión a Bares, con mayúscula; donde la Estaca, pero al puerto. El pueblo es tan agradable ahora en verano como duro me lo imagino en invierno. En la zona del espigón (de origen fenicio, ahí donde lo ven) hay un parque infantil muy bonito, muy discreto, y unos bancos muy bien puestos, en donde leo un rato.
Hoy el libro le daba un repaso a la teoría del choque de civilizaciones de Huntington; un repaso en el doble sentido de la palabra. Y se centraba especialmente en el islam, el islamismo y el terrorismo; en las distintas explicaciones, en los modos de enfocar el tema, en las diferentes visiones, en definitiva, que cada uno tiene de los otros, de los extraños. Les dejo algunas frases, aunque todo es destacable:
El encuentro entre culturas no suele producir el choque, el conflicto y la guerra, sino la interacción, el préstamo y el cruce.
La teoría del choque de civilizaciones es adoptada por todos aquellos [incluidos los jefes yihadistas, comenzando por el propio Bin Laden] que tienen interés en explicar la complejidad del mundo en términos de enfrentamiento entre entidades simples y homogéneas. (...) todos se sentirían obligados a elegir su bando.
Los partidarios de actitudes más tolerantes son tildados de “multiculturalistas” y se les considera colaboradores, cuando no traidores.
En cualquier caso, en la actualidad la visión maniquea del mundo se ha materializado también, y de forma mucho más completa, en el propio islamismo.
No basta con condenar la violencia. Si queremos impedir que vuelva a producirse, es preciso intentar entenderla, ya que nunca estalla sin razón. (...) Aunque no debemos excusarlo, es urgente y crucial entenderlo. Sólo la demagogia más simplista confunde estos dos verbos.
La sed de venganza no ha tenido que esperar al islam para llegar al mundo.
Las frustraciones y las iras personales precisan un marco y un discruso legitimador.
Las explicaciones de las conductas por la pertenencia de los individuos a su grupo, en lugar de por causas concretas, son cómodas.
Todos los demás seres humanos actúan por una serie de razones políticas, sociales, económicas, psicológicas e incluso fisiológicas, pero al parecer [aquí el autor se refiere a las explicaciones más oídas] los musulmanes son los únicos que actúan siempre y exclusivamente en función de su pertenencia religiosa.
... al parecer [ídem] no tienen argumentos, sino sólo pulsiones asesinas que les hacen actuar quieran o no. “No entendemos ese terrorismo porque nos es radicalmente extraño”. Habría que dar la vuelta a la frase: postulamos a priori que estos seres nos son radicalmente extraños –nosotros somos libres y racionales, es decir, plenamente humanos, pero ellos están determinados, son irracionales y por lo tanto humanamente incompletos-, y por eso no conseguimos entenderlos.
En noviembre de 2007 un informe de los servicios de información estadounidenses creyó necesario precisar que el régimen iraní y sus dirigentes son capaces de reflexionar racionalmente...
Paula y Carlos juegan, y yo diría que reflexionan racionalmente. Y hasta tienen un tímido pero para ellos sorprendente contacto con dos francesas. Al lado tenemos la playa, y todo alrededor es precioso, no me digan...
Comemos los tres en casa, pero para recordarme que soy mortal la cosa acaba en inundación de aguas fecales, que espero que el fontanero solucione el lunes a primera hora. Y fregando me encuentran mi prima M. y su marido, E., a quien los niños esperan como locos.
Tarde de playa. Carlos nada por primera vez con su cinturón de flotadores “fuera de calo” (o sea, donde cubre). Cenamos delante de casa, con el sol poniéndose en el monte de enfrente, y terminamos la jornada en un bar del pueblo, donde E. y los niños hacen y prueban aviones de papel.
A la mañana siguiente las primeras palabras de Carlos, que se durmió volviendo a casa, serán “¿Y mis aviones?”.
19.7.10
Diario de vacaciones: la llegada
A él se lo dedico, porque bien se lo merece después de tantos años regalándome lecturas magníficas... y para chantajearlo para que vaya a Madrid en septiembre :)
[16 de julio]
Al final, hasta las doce y pico no salimos de casa. Llegamos a Vicedo algo más tarde de la una y media, con Carlos durmiendo durante todo el viaje y luego mientras nos instalábamos, ya en el sofá de la casa.
Para empezar bien, fuimos a comer fuera, al sitio de siempre (más que nada, porque no hay otro). Paula quería pulpo y calamares, y Carlos croquetas, así que dejé pasar con pesar el bonito en salsa del menú.
Y a la playa, por primera vez. Los niños estrenaron accesorios y agua; yo no.
Leí. El libro de Todorov (el que aparece aquí a la izquierda, que ahora sí estoy leyendo, por fin) está muy bien. Habla, por el momento, de civilización y civilizaciones, de cultura y culturas, y de barbarie; y de identidades colectivas. Trata problemas actuales relacionados con el contacto entre diferentes modelos de sociedad, originado por las nuevas relaciones internacionales, la accesibilidad que proporcionan las comunicaciones y, por supuesto, las migraciones.
Les dejo algunas frases interesadamente escogidas:
No hay culturas puras y culturas mezcladas. Todas las culturas son mixtas. [Las culturas] están en continua transformación. (...) no tienen esencia ni “alma”, pese a las hermosas páginas que se han escrito sobre el tema.
Pretender encerrar al individuo en su grupo de origen es ilegítimo, ya que supone negar una valiosa característica de la especie humana, la posibilidad de desprenderse de lo dado y preferir lo que uno mismo ha elegido.
...una condición necesaria para que irrumpa la violencia es reducir la identidad múltiple a identidad única. Para matar a mi vecino porque es tutsi debo olvidar todas sus demás pertenencias.
Es muy frecuente incluso que para los guardianes de la memoria los historiadores sean los que les impiden pensar lo que quieren.
Si la mirada de los otros no gratifica mi excelencia individual, busco la confirmación de mi ser en la comunidad de la que formo parte. (...) mitiga nuestras inquietudes.
“Saber quiénes somos es también entender a dónde vamos” es un postulado muy discutible (...), como si jamás pudiéramos desarraigarnos de lo que somos para ir a otro lugar.
Los deberes públicos y los sentimientos personales, los valores y las tradiciones no se sítuan en el mismo plano. Sólo los estados totalitarios hacen obligatorio el amor a la patria. (...) Las elecciones afectivas son asunto de cada individuo.
La identidad nacional escapa a las leyes, se hace y deshace cada día mediante la acción de millones de individuos que viven en ese país...
Y bueno, los niños tenían hambre y frío, como en la canción, así que subimos a casa (lleva más o menos un minuto y medio).
Aún tuvimos tiempo de ir a la compra dando un paseo. Vimos un vagabundo extranjero, alto, delgado y demacrado, que chapurreaba inglés y francés y con el que cruzamos unas frases. Los niños estaban bastante asombrados, así que fui imaginándole con ellos diferentes explicaciones y, sobre todo, intentando que viesen qué significaba y qué no significaba llevar esa vida.
Nuestro primer día acabó viendo “Hércules”, que quería ser dios pero, cuando lo consiguió, prefirió el amor. Se había hecho sabio.
14.7.10
De banderas
Salvo en los partidos de fútbol internacionales, la patria "política", en el sentido de Cicerón, es decir, el Estado, ya no es objeto de cariño en Europa...T. Todorov, El miedo a los bárbaros
Estos días hemos asistido a un espectáculo insólito aquí y, en general, en toda España: las banderas en las ventanas.
Personalmente, creo que las razones del fenómeno se resumen en dos, y a múltiples estados intermedios combinación de ambas:
- Deportivas: como quien pone una del Madrid, del Barça, o un lazito verde por su equipo local. Esta opción, teóricamente apolítica, en realidad no lo es tanto, pues como mínimo presupone que no se es antibandera o antibanderas; que no es poco presuponer.
- Políticas: básicamente atienden, en especial en Autonomías como Galicia, al razonamiento "Tal vez por única vez en la vida puedo poner una bandera de España sin que me llamen facha: esta es la mía"; aderezado seguramente (lo cual explicaría el despliegue que al parecer ha habido en Cataluña) con un "Y de paso que se jodan los rojos y los nacionalistas [periféricos, se sobreentiende]".
Pero para mí, la imagen que da una visión más lúcida, exacta y comprensiva de lo que significan esta bandera y las banderas fue la de una señora, el otro día en la terraza de un bar, usando el asta de una para hurgarse entre los dientes.
10.7.10
Me estoy equivocando
Que algo esencial falla en mi interior, y lo desvirtúa y lo estropea todo. Incluso lo que parezco hacer bien.
8.7.10
Más cativos, menos blog
Así que, aunque espero irles contando cosas de vez en cuando, probablemente nos veamos menos por aquí.
Disfrutemos. Disfrutemos. Vivamos todo lo que podamos.
5.7.10
Cumpleañero
Lo celebramos ayer:
Cuando estaba mirándose, llegó el dueño de la moto, ajustado perfectamente al perfil de motero: chupa de cuero, camiseta hecha polvo, gordo, sin afeitar, feo como un demonio, con la melena saliéndole de debajo del casco y voz de meter miedo.
- El carnaval ya acabó hace tiempo, ¿eh?
Y Carlos se le quedó mirando, sonrió y le dijo:
- Es que hoy es mi cumple.