Heme aquí, inmerso por primera vez en mi vida en el movimiento vecinal. Desde hace tres semanas (y el blog lo está notando) soy secretario de la asociación de vecinos de mi barrio; de mi antiguo, ruinoso, avejentado y marinero barrio, al que llegué recién casado hace menos de cinco años, y en el que nació nuestra hija y nacerá en breve nuestro hijo.
Mi barrio es el del puerto de mi ciudad, y, después de una época de empobrecimiento en la que, muy olvidados ya los buenos tiempos, acogió prostitución y droga con los brazos abiertos, vive otra de crisis caracterizada por el despoblamiento, el envejecimiento del vecindario que queda, y el deterioro físico de los edificios. Y esto es así a pesar de que, por ubicación, por el tipo de viviendas y la forma de sus calles, reúne las condiciones para ser la mejor zona residencial y de ocio, la de mayor encanto, de la ciudad.
Pero lo cierto es que si fuese un barrio normal no me interesaría en absoluto y no me habría metido en su asociación de vecinos. En éste, veo tantos problemas y, a la vez, tantas posibilidades, que me parece que merece la pena ayudar a darle el empujón que necesita.
Me lo he tomado con ganas y he empezado con ilusión. Veremos si no salgo escaldado. El grupo que hemos tomado las riendas tiene buena pinta, parecen casi todos gente con interés y dispuestos a trabajar; aunque apenas nos conocemos todavía. Mis únicos miedos son que alguien pretenda politizarnos, haciéndonos partidistas y dependientes (el sino del 90% de las aa. vv., por lo que me dicen), y que alguien esté aquí por figurar, buscando su provecho particular.
Pero bueno, por el momento le doy una oportunidad. Me la doy.